“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo.” Juan 16:33
Me he encontrado con muchos cristianos que recién cuando están atravesando una prueba muy dura comienzan a cuestionar a Dios. Cuando pierden a un ser querido, o pierden su empleo, o simplemente ven que las cosas no están funcionando de la manera que ellos querían comienzan a preguntarle a Dios ¿por qué? A mi no me sorprendería esta pregunta si viene de una persona que no ha disfrutado nunca de una relación personal con Dios, pero cuando un cristiano lo dice, me sorprendo porque de verdad pienso como pudimos haber sido tan egoístas. Acaso ¿no han habido otras personas que pierden seres queridos, que pierden sus empleos, o que están pasando un momento de extremo dolor? ¿Por qué no cuestionamos a Dios cuando ellos estaban atravesando alguna dificultad? Acaso porque nosotros estamos bien en nuestro relación con Dios, ¿eso significa que los demás merecen la aflicción que están atravesando? La respuesta es simple, como nunca nos había tocado experimentar un momento así nunca se nos ocurrió cuestionar a Dios. Estábamos tan encerrados en nuestra burbuja y viviendo nuestras vidas que creíamos que Dios nos guardaba de todo mal y que Él estaba ahi para atender a todas nuestras necesidades. Escuchábamos las malas noticias en la television de trágicas muertes o de accidentes mortales pero nunca se nos ocurrió cuestionar a Dios en ese momento porque no nos afectaba a nosotros. Cuan lejos estábamos del corazón de Dios al no sentir compasión alguna por aquellas personas y considerar que nosotros estábamos protegidos por nuestra justificación y fe. Pero cuando la aflicción golpeó nuestra puerta enseguida tornamos nuestro enojo contra Dios y comenzamos a cuestionarlo por no haber obrado de la manera en que esperábamos.
En el capitulo 16 de Juan nos encontramos con un relato interesante. Los discípulos habían caminado con Jesus por más de un año y habían experimentado muchos milagros y señales pero aún así no entendían el propósito verdadero por el cual había venido Jesus, que era morir en la cruz por los pecados de la humanidad. Jesus les estaba advirtiendo sobre las aflicciones que iban a tener que atravesar por creer en Su nombre, mientras que ellos seguían esperando que Él los librara del yugo del imperio Romano. Estaban listos para coronar al Mesías como su Rey y libertador, pero Dios tenía un plan mucho mas grande para la humanidad. Jesus estaba preparando a sus discípulos para lo que iba a venir sabiendo que en ese momento no lo entenderían pero que más adelante sus promesas resonarían en sus corazones. Jesus sabía que en unas horas sus discípulos se esparcirían y lo abandonarían en el momento de mayor dolor, pero que Su propósito se iba a cumplir en sus vidas más adelante y que Su nombre sería glorificado. Jesus no les prometio liberarlos de la aflicción, sino a confiar en Él, el gran vencedor de la aflicción.
Muchas veces tenemos nuestra mente tan enfocado en las cosas de este mundo, que nos olvidamos de mirar la vida a través de los ojos de Jesus. Él quiere que comencemos a vivir para Él confiando en Sus promesas y sabiendo que aún en los momentos de mayor dolor podemos estar seguros de que recibiremos de su paz porque Él ha vencido al mundo. Lo eterno siempre va a pesar mas que lo terrenal, pero vivimos como si fuera al revés entonces cuando la vida nos golpea con un fuerte golpe comenzamos a dudar del poder de Dios y cuestionar sus propósitos para nuestra vida. Jesus nos prometió dolor y aflicción, pero también nos anima a seguir confiando porque Él ya ha vencido y se quiere glorificar en nuestras vidas en medio del dolor. Así que la próxima vez que la vida nos golpee, detengámonos antes de preguntarle a Dios ¿Por qué permitió esto? y preguntémosle ¿Para qué? sabiendo que detrás del dolor hay un propósito eterno y una oportunidad más para confiar en la soberanía de Dios.
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