“No te has acordad de los días de tu juventud….Cuan inconstante es tu corazón, dice Jehová el Señor, habiendo hecho todas estas cosas, obras de una ramera desvergonzada.” Ezequiel 16: 22 y 30
Que difícil se hace para uno mantener constancia en su diario caminar como creyente. Con tantas distracciones tendemos a veces a desviar nuestra mirada en Dios e ir tras los deseos de nuestro propio corazón. Si hay un adjetivo con el que pueden catalogar a los hombres es la inconstancia. Muchas veces queremos hacer lo que sabemos que es correcto, pero por distintas razones terminamos cometiendo errores haciendo lo que sabemos que está mal y que desagrada al corazón de Dios. No es un problema actual solamente. A través de la historia podemos ver como vez tras vez grandes héroes de la fe resbalaron. El pueblo de Israel estaba siendo castigado por haber dejado a Dios e irse atrás de ídolos y dioses falsos. Ezequiel le profetizó al pueblo acerca del juicio de Dios sobre su gente que estaba siendo deportada a Babilonia. La maldad del pueblo había llegado a tal grado que muchos llegaron a sacrificar a sus hijos en rituales paganos. Una vez más el hombre había incumplido el pacto de Dios y estaba sufriendo las consecuencias. Pareciera como si a veces la única consistencia que se pudiera encontrar en los seres humanos es que son inconsistentes.
Hoy sabemos que tenemos un Dios misericordioso y que a través del nuevo pacto que nos ofreció por medio de Su hijo, Jesucristo, ahora podemos recibir su perdón cuando hemos sido inconsistentes en nuestro diario caminar. El problema es que muchas veces creemos que el errar es simplemente parte de nuestra naturaleza humana y justificamos nuestras acciones o buscamos culpables externos. Siempre vamos a encontrar gente que consideramos peor que nosotros por lo cual justificamos nuestro accionar y nos creemos dignos. Nos equivocamos al creer que nuestra inconsistencia no es tan grave y no nos acercamos a nuestro Padre con un corazón arrepentido y sincero. Justificamos nuestro accionar y nos consideramos más dignos que los demás. Lamentablemente en el juicio de Dios vamos a estar frente a frente con nuestro Creador y no habrá nadie a nuestro alrededor con el cual nos podamos comparar o justificar.
La única solución es reconocer nuestro error y no buscar justificaciones o comparaciones con los demás. El que los demás sean inconsistentes no significa que nosotros tenemos que serlo también. Cuando caemos debemos acercarnos a nuestro Padre y buscar Su perdón con un corazón sincero sin auto justificar nuestras acciones o creer que no son tan graves. La próxima vez que caigamos no busquemos culpables, sino parémonos frente a un espejo y reconozcamos el verdadero culpable. No hay justificación que valga ante los ojos de Dios. Es necesario reconocer nuestra inconsistencia y levantarnos para ir en busca de la consistencia que solo se puede lograr con la ayuda de Dios y manteniendo nuestra mirada firme en El. Acordémonos del pacto que Dios ha hecho con nosotros y busquemos agradarlo en todo tiempo.
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