¨Y los capitanes de Judá dirán en su corazón: Tienen fuerza los habitantes de Jerusalén en Jehová de los ejércitos, su Dios…Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén.¨ Zacarías 12:5,9
La promesa de Dios para el pueblo de Judá era uno de esperanza después de tantos años de dolor y cautiverio. El pueblo de Israel tenía una rica historia y durante años muchas naciones los temían porque sabían que Dios estaba de su lado. Los judíos conquistaron la tierra prometida sin un gran ejército, pero lo lograron porque Jehová de los ejércitos peleaba por ellos. Un ejemplo claro de esto se dio a través de Josué quien dirigió a sus hombres en la conquista de Jericó sin tener que pelear, sino que simplemente siguieron las órdenes de Dios de marchar alrededor de la ciudad por siete días. Desde ahí continuaron conquistando la tierra prometida. Luego en el tiempo de los jueces de Israel, el pueblo volvió a ganar grandes batallas, como por ejemplo cuando Gedeón libró a su pueblo de la opresión de los madianitas peleando sin armas y solamente con 300 hombres con trompetas, antorchas, y vasijas frente a los más de cien mil hombres del ejército madianita. La historia volvería a repetirse con Salomon derrotando a miles de filisteos y luego en el tiempo de David que logró vencer al gigante Goliat ante todos los pronósticos de la lógica humana. El Antiguo Testamento está lleno de estos ejemplos donde se vio que la mano de Dios estaba sobre su pueblo y Él era quien les entregaba la victoria.
La rica historia judía parecía haberse derrumbado cuando la época dorada del reino de Salomon se desmoronó. El pueblo había abandonado a Dios y se había ido tras ídolos como las naciones vecinas. Cuando el Rey de Israel era un hombre que temía a Dios el pueblo prosperaba, pero cuando el Rey no era temeroso de Dios entonces la nación caía en pecado y la mano de Dios no estaba con su pueblo. Poco a poco el pueblo judío fue perdiendo el respeto de las naciones vecinas a medida que la mano de Dios se apartaba de ellos. El pueblo no escucho las advertencias de los profetas y siguió en sus malos caminos. Alrededor de 724 AC los asirios invadieron a la tribu de Israel y luego un siglo después los babilonios invadieron la tribu de Judá. Las grandes historias del Dios salvador de Israel habían quedado solo en el recuerdo y ahora la nación había sido humillada y llevada en cautiverio.
Después de estar 70 años en cautiverio un remanente del pueblo judío regresó a reconstruir la una vez gloriosa Jerusalén. De la mano de Esdras y Nehemías el pueblo volvió a reconstruir su ciudad y Zacarías animaba al pueblo a continuar con la obra del templo de Jehová. Fue en este tiempo que el profeta les declaró la promesa de parte de Dios de que Él volvería a estar a su lado. Dios iba a respaldar a Su pueblo y las naciones vecinas que los oprimieron por tantos años fueron destruidas. Les profetizó además acerca de la venida del Mesías y luego sobre el futuro reino de Jehová. ¨Y Jehová será Rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre…Y morarán en ella, y no habrá nunca más maldición, sino que Jerusalén será habitada confiadamente.¨ (Zacarías 14: 9,11). Lamentablemente los judíos no creyeron en que Jesús era su Mesías por lo cual siguen esperando el cumplimiento de la promesa, pero nosotros sabemos hoy que Jesús vino a establecer Su reino para todo el mundo. Esperamos su pronto regreso, pero mientras tanto establecemos Su reino aquí en la tierra. Debemos procurar vivir vidas santas para que los demás sepan que Dios es el que pelea las batallas por nosotros y nos da la victoria ante muchas situaciones adversas. Debemos cuidar nuestro testimonio para evitar tener que pasar por el exilio y cautiverio, y para que el Espíritu Santo pueda fluir a través de nuestras vidas porque el mismo Dios que peleaba por Israel pelea por nosotros hoy y quiere bendecir nuestras vidas.
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