¨Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.¨ Génesis 1:28
Han pasado miles de años desde que Dios nos dio esta orden y debo admitir que hemos cumplido con la primera parte de ese mandato (aunque ha de ser el único mandamiento que hemos sido capaces de obedecer realmente). Nosotros estamos aquí porque Adán y Eva obedecieron la orden de multiplicarse. Hoy se calcula que hay un estimado de siete mil millones de habitantes en el planeta. Hemos hecho un gran trabajo y nos hemos multiplicado sobremanera, pero parece que esa fue la única orden que escuchamos de parte de Dios, porque el resto lo hemos ignorado por completo. Hay una segunda parte en este mandamiento y se trata de la mayordomía. Dios nos ha puesto por cabeza del resto de la creación y nos pidió que enseñoreemos sobre los animales y las plantas. Si estudiamos cuidadosamente la Biblia podemos ver qué vez tras vez Dios habla sobre la mayordomía, y si miramos como esta nuestro mundo hoy podemos ver que no hemos hecho un gran trabajo con la administración de la creación de Dios. Hemos abusado de nuestro poder y demostrado que no somos capaces de mirar más allá de nuestras propias metas y buscar vivir en armonía con el resto de la creación. Dios quiere que aprendamos a ser mayordomos de nuestras vidas, de nuestro tiempo, de nuestros talentos, para que podamos habitar en comunión con la creación y por eso vez tras vez se repiten consejos sobre la mayordomía en la Biblia.
Dios es el dueño de toda la creación, pero él nos escogió a nosotros para que seamos sus administradores. La mayordomía tiene que ver con administrar los bienes que una persona nos confía, y esos bienes nos han sido confiados a nosotros por Dios. El ser mayordomos de algo no quiere decir que somos los dueños de esa cosa, sino que somos los encargados de cuidar aquello que no es nuestro. Somos mayordomos de algo que no nos pertenece. La primera lección que tenemos que aprender si queremos ser buenos mayordomos de las cosas que Dios nos ha dado es entender que no somos dueños de nada, ni siquiera de nuestras propias vidas. Cuando aceptamos a Jesús en nuestro corazón tomamos la decisión de entregarle nuestros corazones a Él y por lo tanto decidimos entregarle nuestra vida completamente a Él. Dios es el dueño de nuestras vidas y nosotros somos simplemente los mayordomos y administradores de ellas. Somos responsables de cuidar todo lo que Dios nos ha dado porque no es nuestro para hacer lo que queramos con ellas. Dios nos puso por administradores de la tierra y por lo tanto llegara el día en que tengamos que rendirle cuentas a Él sobre lo que hemos hecho con lo que nos encomendó. No hay nada mejor que poder escuchar a Dios decirnos un día ¨Bien buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu señor.¨ (Mateo 25:23).
Si hubiésemos obedecido este segundo mandato de Dios de la misma manera que lo hicimos con el primero (fructificarnos y multiplicarnos) entonces nuestros hijos tendrían un futuro mucho más alentador que el que les toca enfrentar hoy día con tantos cambios climáticos y especies extintas o en peligro de extinción. No hemos sido buenos administradores de las cosas que Dios nos ha confiado porque hemos cometido el error de creernos dueños de la creación de Dios. No hemos entendido que somos simplemente mayordomos de sus bienes y que todo le pertenece a Dios. Debemos reconocer que no hemos sido buenos mayordomos de las cosas que Él nos ha encomendado, y pedirle a Dios que nos ayude en el futuro a entender que todo lo que nos ha sido dado le pertenece realmente a Él y que nos ayude a cuidar de la mejor manera todo lo que le pertenece. Entreguémosle nuestras vidas a Dios y dejemos que Él nos guíe para poder administrar mejor nuestro tiempo y nuestras acciones. Seamos buenos mayordomos de lo que Dios nos ha regalado y dejemos que Él nos llene de sabiduría para poder administrar sus bienes de una manera correcta y ordenada. No somos los dueños de nuestras vidas como para hacer lo que se nos da la gana con lo que nos ha sido dado. Dios nos manda a ser buenos administradores y mayordomos de su creación. Pongamos nuestras manos a la obra para hacer de este mundo un lugar mejor.
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