¨No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis.¨ Ester 4:14
Ester ya había sido escogida como reina de Persia y podía disfrutar de todas las comodidades que esto conllevaba. Dios la había honrado y llevado a un puesto importante en una nación extranjera. A pesar de que ella no lo sabía aún, Dios tenía un propósito importante para su vida. Él no la puso como reina simplemente para que pueda disfrutar de todas las comodidades y prosperidad que Dios la había dado, sino para que cumpla una misión en particular: salvar a los judíos. Muchas veces creemos que Dios está a nuestro lado para darnos todos los deseos de nuestros corazones y prosperarnos abundantemente, pero nos olvidamos de que también somos llamados a servir y dar. Dios quiere bendecir nuestras vidas, pero también quiere que aprendamos a bendecir a otros y no simplemente exigir y vivir en la comodidad. Ester era reina, vivía en confort, pero algo cambio que la iba a tener que hacer tomar una importante decisión. Ester podía continuar viviendo en lujo e ignorar que su pueblo necesitaba ser salvado, o podía arriesgar su propia vida y enfrentar al rey. La situación fue la siguiente: El rey Asuero escogió a un hombre llamado Amán y lo puso encima de todos sus príncipes. Amán era el segundo hombre más importante de Persia. Al igual que con el rey, todos se inclinaban y le hacían reverencia cuando se paseaba por las calles. Pero Mardoqueo no se arrodillaba ante él por lo cual Amán se enojo en gran manera. Como sabía que Mardoqueo era judío decidió desquitarse con todo su pueblo y convenció al rey para que un día determinado del año sean destruidos y exterminados todos.
El rey Asuero no sabía que Ester era judía y como estimaba mucho a Amán le permitió hacer lo que creía conveniente. Aparentemente Amán había obtenido la victoria ya que publico un decreto Real ¨con la orden de destruir, matar y exterminar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, en un mismo día, en el día trece del mes duodécimo, y de apoderarse de sus bienes.¨ (3:13). Los días estaban contados para todos los judíos, su fin estaba cerca, solo quedaban once meses para que se cumpliera la fecha de su sentencia. Mardoqueo no se había inclinado ante Amán por lo cual le trajo todo este mal a su pueblo, pero él sabía que estaba haciendo lo correcto porque Dios había mandado que no debieran inclinarse ante nadie. ¿Acaso era Amán un dios para que le haga reverencia? Aún así ahora su pueblo iba a sufrir las consecuencias de su decisión. Lo que no sabía Amán es que se estaba metiendo con el pueblo del Dios verdadero y que cuando Su pueblo se humillaba y buscaba su rostro, Dios peleaba por ellos. Mardoqueo conocía esta promesa muy bien y lo primero que hizo no fue ir corriendo tras Ester para darle las malas noticias aun sabiendo que estaba en una posición de poder, sino que se humillo delante de Dios e hizo gran luto. La misma reacción tuvieron los demás judíos esparcidos por los diferentes pueblos persas. Los judíos sabían que sus días estaban contados, su Dios parecía estar lejos. Él los había llevado cautivos a Babilonia por el pecado de sus padres y ahora estaban desconsolados. Aún así Mardoqueo sabía que tenía un Dios poderoso y que si se humillaban Él los iba a librar.
Ester escucho la noticia de que su primo estaba haciendo gran luto y ella mismo lo mando llamar para saber qué es lo que estaba ocurriendo. Dios ya estaba contestando la oración de Mardoqueo ya que él ni siquiera la tuvo que ir a buscar, sino que ella lo envío llamar para saber qué pasaba. Mardoqueo le dijo a la mensajera de la reina todo lo que había acontecido y también le dijo que le suplique al rey que revoque el decreto. Ester sabía que lo que le estaba pidiendo Mardoqueo le podía costar su vida ya que ninguna mujer se podía acercar ante el rey sin ser llamada por él. Era necesario esperar a ser llamada, pero ya tenía más de treinta días sin ver al rey. Aun así Mardoqueo tenía su confianza puesta en Dios y le dijo a Ester que realmente no dependía de ella; que si ella no cumplía con su propósito Dios igual enviaría a alguien más para salvarlos. Ella iba a tener que arreglárselas con Dios si no cumplía con el propósito por el cual Dios la había llamado. Ester tenía una elección: seguir disfrutando de su comodidad y lujos o arriesgarse por su pueblo. No era una decisión fácil, pero al igual que su primo tuvo la reacción correcta: orar y ayunar. Lo primero que hizo fue pedirle a Mardoqueo que ore por ella junto al resto del pueblo durante los siguientes tres días. Al cumplirse los días iría al aposento del rey con o sin su llamado. Tanto Ester como Mardoqueo sabían que cuando los días están contados y parece no haber escapatoria lo único que se puede hacer es orar y buscar la dirección de Dios. Ambos se humillaron delante de Dios sabiendo que a un corazón contrito y humillado, Dios no desprecia jamás. Ester se despojo de su comodidad y se puso en las manos de Dios para salvar a su nación.
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