Tuesday, May 17, 2011

Mis Sueños Versus los Sueños de Dios



¨Estoy en grande angustia. Ruego que yo caiga en la mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas en extremo; pero que no caiga en manos de hombres.¨ 1 Crónicas 21:13

No sé si les ha pasado alguna vez que cuando quieren servir a Dios en algún area que al final terminan siendo más bendecidos ustedes. Cuando queremos darle lo mejor a Dios nos terminamos sorprendiendo de que realmente es Él el que nos da lo mejor a nosotros. Nuestros sueños y anhelos no se comparan con los sueños que tiene Dios para nuestras vidas y por eso Él siempre sobrepasa nuestras expectativas. Fue exactamente lo que ocurrió con el rey una vez que había logrado traer el arca a Jerusalén. David quería construirle una magnifica casa a Dios porque no era posible que él habite en un palacio hermoso y el arca de Dios siga en carpas debajo de cortinas. David quería darle lo mejor a su Dios, pero sorprendentemente Dios no lo deja construir Su casa porque tenía otros sueños para David que eran aún mayores. El templo iba a quedar a cargo de Salomon, Dios quería que David comience a consolidar su casa y expandir el reino. A Dios le agradó la actitud de David de querer construirle una casa y vio que sus intenciones eran buenas y sinceras, pero Dios quería sorprenderlo una vez más a David y superar sus sueños personales con un propósito aún más grande. El Señor le prometió a David que su casa reinaría por siempre. David quería edificarle casa a Dios, pero en cambio término recibiendo la promesa de una casa eterna en Israel. Los primeros capítulos de Crónicas repasan detalladamente el linaje de David para recordarnos que su descendencia aún reina hoy por medio de Jesucristo. David quiso bendecir a Dios con una casa pero termino siendo él el bendecido. Lo mismo sucede con nosotros hoy cuando buscamos darle lo mejor a Él.

El propósito de Dios para la vida del rey no era que él edificará una casa sino que siga expandiendo el reino de Israel para que su pueblo habitara seguro. Israel era el pueblo escogido por Dios y contaban con su protección y bendición mientras ellos lo buscarán a Él. Las demás naciones temieron a Israel porque veían que su Dios era poderoso ¨y Jehová daba el triunfo a David dondequiera que iba.¨ (18:13). Mientras David iba expandiendo el reino y extendiendo sus dominios estaba siendo un testimonio ante las demás naciones para que supieran que su Dios era el que les daba la victoria. Los enemigos de Israel aprendieron a temer al Dios de Israel. Ahora el problema de todo esto a veces es que los hombres nos olvidamos que hemos recibido estas bendiciones de parte de Dios y permitimos que el orgullo invada nuestras vidas. Por un momento David permitió que el orgullo entre a su corazón y pidió hacer un censo de la nación para comprobar cuán grande realmente se había hecho Israel. Cuando dejamos de darle la gloria a Dios y nos queremos quedar con el merito nosotros mismos es cuando comienza nuestra caída. Todo lo que recibimos nos ha sido dada por la gracia de Dios y por lo tanto la gloria siempre le pertenece a Él. En el momento en que lo dejamos de señalar a Él es cuando viene nuestra caída. David se olvido por un momento de que el sueño venía de parte de Dios y el pueblo tuvo que pagar un precio muy alto.

Cuando David reconoció su pecado y que nunca debió haber censado al pueblo se acerco nuevamente a Dios y le pidió perdón. Dios le dio la oportunidad a David de escoger el castigo para su pueblo: ¨o tres años de hambre, o por tres meses ser derrotado delante de tus enemigos con la espada de tus adversarios, o por tres días la espada de Jehová, esto es, la peste en la tierra.¨ (21:12). Conociendo el corazón de Dios David escogió la tercera opción porque sabía que la misericordia de Dios era más grande que la de los hombres. Si bien hubo muchas muertes en Israel por causa del pecado de David, Dios tuvo misericordia de Jerusalén y detuvo su mano tal como David había esperanzado. David conocía a Dios personalmente y sabía que sus misericordias eran muchas. El precio que pago Israel fue alto, pero la mano de Dios volvió a estar con ellos y David aprendió su lección. El rey le ofreció un sacrificio de paz a Dios y reconoció que Él era el único Rey y Soberano por lo cual decidió darle lo mejor a Dios aun cuando el dueño del terreno le había ofrecido dárselo gratis. David no iba a darle a Dios algo que no le representara un costo. Nosotros también debemos tener la misma actitud que tuvo David y ofrecerle lo mejor. Sometamos nuestros sueños y anhelos a Su voluntad porque Dios tiene sueños aún más grandes para nuestras vidas. Eso sí cuando hayamos alcanzado los sueños que Dios tiene para nosotros no permitamos que el orgullo invada nuestras vidas. Siempre debemos reconocerlo a Él y darle la gloria a Dios porque Él es el que nos da la victoria.

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