¨Alzare mis ojos a
los montes. ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo
los cielos y la tierra.¨ Salmos 121:1-2
Hace un tiempo atrás tuve la
oportunidad de viajar a Quito y alojarme en un hermoso lugar rodeado por unas
montañas majestuosas que simplemente me dejaron maravillado por la grandeza de
la creación de Dios. El día pintaba espectacular con un cielo azul que hacía
que la belleza de las montañas y su verdor resaltara aún más. Por más que quería
tomar foto de dicho paisaje, sentía que las imágenes no le hacían justicia a lo
que estaba frente a mis ojos. Comencé a alabar a Dios y agradecerle por su
hermosa creación y por el maravilloso cuadro que me había pintado para poder
deleitarme en El. Ante tal paisaje no podía quedarme callado y sentía un fuerte
deseo de agradecerle a Dios por Su majestuosidad. A pesar de nuestra pequeñez, Él
nos ha dado muestras de su infinito amor a través de toda la creación. No podía
evitar tampoco ver el desinterés que había en algunas personas que estaban
apurados por llegar a sus lugares de trabajo. Por supuesto ellos ya estaban
acostumbrados a observar tan bello paisaje así que no podía culparlos. Esas
montañas siempre estaban allí y era un paisaje de todos los días para ellos.
Esto me llevo a reflexionar ya que muchas veces estamos rodeados por montañas
de bendiciones de Dios pero quizá nos hemos acostumbrado a recibirlas en
nuestra vida y las damos por sentado. No nos levantamos agradecidos por el
maravilloso día que Dios nos ha dado, o porque tenemos salud, o trabajo, o
personas que nos aman. Caminamos dando esas cosas por sentadas en nuestras
vidas y nos olvidamos de detenernos y admirar las maravillas que Dios ha puesto
en nuestras vidas. No dejemos de agradecer y alabar a Dios por las bendiciones
que hemos recibido de Él.
Pero el día no termino como había
empezado en ese maravilloso lugar. En la tarde el cielo se empezó a oscurecer y
de repente vino una neblina muy fuerte que no permitía ver ni una sola montaña.
Si alguien se hubiera levantado a esa hora jamás creería que estábamos en un
lugar rodeados por majestuosas montañas. Yo sabía que estaban ahí porque las había
visto en la mañana, pero ya no se podía apreciar tal espectáculo. Hay ocasiones
en que las bendiciones que hemos recibido se comienzan a opacar por problemas.
Llegan esas nubes grises a nuestras vidas que nos quieren robar la paz y nos
olvidamos de todas las bendiciones por las que estamos rodeados. Nuestra vista
se limita a ver solo las nubes grises y nos olvidamos que las montañas están ahí
también. Cuando llegan días así, es importante recordar que atrás de esas nubes
las hermosas montañas siguen ahí; no importa que no las podamos ver o sentir en
ese momento, sino simplemente saber que las bendiciones de Dios siguen estando ahí.
Las nubes son pasajeras y pronto se irán, pero las montañas permanecen
inamovibles porque asi son las bendiciones de Dios para nuestra vida. Puede ser
que nos toque atravesar días grises donde no veamos la bendición de Dios por ningún
lado, pero si realmente hemos aprendido a caminar con fe sabemos que están siempre
ahí y que las nubes irán desapareciendo para que podamos volver a deleitarnos
de las maravillas de Dios. Alcemos nuestros ojos a los montes y recordemos que
las bendiciones de Dios siempre están allí. No las demos por sentadas cuando
las recibimos, ni tampoco dejemos de verlas cuando llegan las nubes grises a querer
bloquear nuestra visión. Sigamos enfocados sabiendo que las montañas están allí.